Los hijos del adinerado padre nacieron para cumplir labores gerenciales en sus distintas empresas, de prestigio nacional, y más de uno sería ministro de Estado. Don Matías era un hombre influyente y miembro de la élite de la nación. Conservador y católico sin vacilaciones. Un arquetipo de moralidad y buenas costumbres. Así que el enterarse o confirmar de que su hijo menor Antonio era homosexual era un escándalo de proporciones, un lío descomunal que no debía salir de las paredes del hogar. Los duros regaños y una visita secreta al siquiatra de nada sirvieron. Su último hijo era distinto, definitivamente. Peleó con su elegante esposa Victoria por malcriarlo y no comprendía el brutal castigo de parte del Creador ni la desidia de la Madre de Dios, por no intervenir. Si las demás familias de alcurnia se enteraban del extravío el honor inmaculado de don Matías quedaría en el suelo. Adiós reputación. Los hermanos de Antonio estaban apropiadamente casados en la parroquia de la Virgen de los Dolores, y éste, con 24 años y siendo abogado y devoto del rosario pretendía ser un soltero eterno, acompañando a una madre que rozaría pronto la tercera edad. Cierto nerviosismo en la casona se palpaba. No se le conocían novias ni enamoramientos ni cartas de amor, sólo amigos, de la clase alta obviamente. Persuadido con ruegos por su santa madre y después de extensas conversaciones y explicaciones Antonio ingresa sin disgusto alguno al seminario para ser un clérigo de la Madre Iglesia, a la cual amaba en su estilo. Era un secreto a voces que hijos homosexuales de padres millonarios terminaban con una sotana y una carrera eclesiástica en ascenso. El seminario es un refugio que los acoge. Recibió el joven abogado un repentino y potente llamado del Señor y muchos de los comentarios impropios concluyeron. Era el críptico camino de la fe. Otros más cautos concluían que Antonio no se aproximaba a las mujeres porque su vocación pastoral venía con él desde niño. Era el santo incomprendido de la garbosa familia. Entre la misa diaria y una boda él opta por lo primero. Don Matías más tranquilo aceptaba con agrado tener en el futuro entre los suyos a un arzobispo o cardenal y entendía ahora con más claridad los sacramentados senderos y enigmas del Señor, que en su momento lo tuvieron con el estómago apretado y su nombradía colgando de un hilo. La ordenación de Antonio en la catedral fue arrebatadora, con todos los parientes, amigos del colegio y los más distinguidos personajes y algunas autoridades. Fue la gran noticia de las páginas sociales, con una Victoria que agradecía de rodillas y con un velo la bendita voluntad del Padre Dios. Las felicitaciones llegaron de todos lados. Don Matías le entregaba a la Iglesia a uno de sus talentosos hijos, con amor cristiano y piadosa resignación. En su calidad de devoto de la Inmaculada Concepción no se iba a oponer a los designios del Cristo Redentor. El inescrutable Dios hacía su obra y el orden en la casona de doña Victoria se restablecía sin mayores contratiempos. Todo está en su lugar otra vez, por fin. La respiración de todos es normal. Nada sucede por casualidad y Dios sabe lo que hace.
Relatos discutibles breves relevantes, del escritor electrónico chileno JAIME FARIÑA MORALES.
viernes, 7 de febrero de 2020
(27) UN SACERDOTE MUY ESPECIAL
Los hijos del adinerado padre nacieron para cumplir labores gerenciales en sus distintas empresas, de prestigio nacional, y más de uno sería ministro de Estado. Don Matías era un hombre influyente y miembro de la élite de la nación. Conservador y católico sin vacilaciones. Un arquetipo de moralidad y buenas costumbres. Así que el enterarse o confirmar de que su hijo menor Antonio era homosexual era un escándalo de proporciones, un lío descomunal que no debía salir de las paredes del hogar. Los duros regaños y una visita secreta al siquiatra de nada sirvieron. Su último hijo era distinto, definitivamente. Peleó con su elegante esposa Victoria por malcriarlo y no comprendía el brutal castigo de parte del Creador ni la desidia de la Madre de Dios, por no intervenir. Si las demás familias de alcurnia se enteraban del extravío el honor inmaculado de don Matías quedaría en el suelo. Adiós reputación. Los hermanos de Antonio estaban apropiadamente casados en la parroquia de la Virgen de los Dolores, y éste, con 24 años y siendo abogado y devoto del rosario pretendía ser un soltero eterno, acompañando a una madre que rozaría pronto la tercera edad. Cierto nerviosismo en la casona se palpaba. No se le conocían novias ni enamoramientos ni cartas de amor, sólo amigos, de la clase alta obviamente. Persuadido con ruegos por su santa madre y después de extensas conversaciones y explicaciones Antonio ingresa sin disgusto alguno al seminario para ser un clérigo de la Madre Iglesia, a la cual amaba en su estilo. Era un secreto a voces que hijos homosexuales de padres millonarios terminaban con una sotana y una carrera eclesiástica en ascenso. El seminario es un refugio que los acoge. Recibió el joven abogado un repentino y potente llamado del Señor y muchos de los comentarios impropios concluyeron. Era el críptico camino de la fe. Otros más cautos concluían que Antonio no se aproximaba a las mujeres porque su vocación pastoral venía con él desde niño. Era el santo incomprendido de la garbosa familia. Entre la misa diaria y una boda él opta por lo primero. Don Matías más tranquilo aceptaba con agrado tener en el futuro entre los suyos a un arzobispo o cardenal y entendía ahora con más claridad los sacramentados senderos y enigmas del Señor, que en su momento lo tuvieron con el estómago apretado y su nombradía colgando de un hilo. La ordenación de Antonio en la catedral fue arrebatadora, con todos los parientes, amigos del colegio y los más distinguidos personajes y algunas autoridades. Fue la gran noticia de las páginas sociales, con una Victoria que agradecía de rodillas y con un velo la bendita voluntad del Padre Dios. Las felicitaciones llegaron de todos lados. Don Matías le entregaba a la Iglesia a uno de sus talentosos hijos, con amor cristiano y piadosa resignación. En su calidad de devoto de la Inmaculada Concepción no se iba a oponer a los designios del Cristo Redentor. El inescrutable Dios hacía su obra y el orden en la casona de doña Victoria se restablecía sin mayores contratiempos. Todo está en su lugar otra vez, por fin. La respiración de todos es normal. Nada sucede por casualidad y Dios sabe lo que hace.
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