El subsecretario reunía una vez al mes a todo el personal en el auditorio y rendía cuenta de lo obrado, de los avances del gobierno en su área y de los compromisos pendientes. El problema es que nadie lo escuchaba con atención, no porque fuera un tipo aburrido y plano, sino porque repetía más o menos los mismos conceptos, con la misma entonación, al igual que los parlamentarios. Nadie pone atención a la cuenta anual del Presidente de la República porque todos están agotados con los discursos radiantes y los optimismos vacíos. El primer mandatario se dirige al país y el pueblo sabio apaga el televisor. El subsecretario habla y todos disimuladamente ven su celular o piensan en otra cosa. En el quehacer político no hay iniciativas novedosas, transformadoras, porque es un súbdito de la elite. Siempre repiten la misma cantinela, sin entusiasmo ni credibilidad. Lo que sí poseen en común es que cuando los políticos mienten desfachatadamente ninguno arruga la cara. Son los profesionales de esa farsa llamada servidor público. Lo más terrible es que algunas autoridades se inspiran y hablan más de una hora y el funcionario o militante que está obligado a oírlo todo no sabe si llorar en silencio o dormir con los ojos abiertos. En algunos actos públicos exponen más de dos y la depresión es total. Las homilías ideológicas son un somnífero. Por eso, cuando el subsecretario nos cita a alguna reunión me pongo a pensar que hay poblados donde la gente no tiene nada para comer y me tranquilizo un poco.
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SOTANAS DE SATÁN
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